Para el ojo temeroso todo es amenazante. Cuando miras al mundo con temor, sólo puedes ver y concentrarte en las cosas que pueden dañar o amenazarte. El ojo temeroso siempre está acosado por las amenazas.

Para el ojo codicioso, todo se puede poseer. El codicioso nunca disfrutará de lo que tiene porque sólo puede pensar en lo que aún no posee.

Para el ojo que juzga todo está encerrado en marcos inamovibles. Cuando mira hacia el exterior, ve las cosas según criterios lineales y cuadrados.

El ojo que juzga recoge la superficie reflejada y llama a eso verdad.

Al ojo rencoroso, todo le es escatimado. Los que han permitido que se forme la úlcera del rencor en su visión, jamás pueden disfrutar de lo que son o poseen.

Al ojo indiferente nada le interesa ni despierta.

Cuando te vuelves indiferente, cedes todo tu poder. Tu imaginación cae en el limbo del cinismo y la desesperación.

Para el ojo inferior, los demás son mejores, más bellos, brillantes y dotados que uno.

El ojo inferior siempre aparta la vista de sus propios tesoros. Jamás celebra su presencia ni su potencial. El ojo inferior es ciego a su belleza secreta.

Para el ojo que ama todo es real. Este arte del amor no es sentimental ni ingenuo. Según Kathleen Raine, poetisa escocesa, lo que no ves a la luz del amor, no lo ves en absoluto.

El ojo que ama puede seducir el dolor y la violencia hacia la transfiguración y la renovación. Brilla porque es autónomo y libre. Todo lo contempla con ternura.

El ojo que ama ve más allá de la imagen y provoca los cambios más profundos.

La visión desempeña una función central en tu presencia y creatividad.

Reconocer cómo ves las cosas puede llevarte al autoconocimiento y permite vislumbrar los tesoros maravillosos que oculta la vida.



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